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Notas sobre Uruguay

¿Qué sentido tendría decir que Uruguay es un país maravilloso, donde todo parece encajar como un rompecabezas? Ninguno. Porque sólo se trata de experiencias que pueden ser tantas como las relatividades.

Sólo por esas cosas del azar, todas mis visitas a Uruguay fueron sin compañía.
'No hay casualidades sino destinos', dice Ernesto Sábato.

 

Colonia

Para casi todos los que viajan desde Buenos Aires es el primer destino en Uruguay. Yo elegí no volver el mismo día como es habitual, y al día siguiente tomé un colectivo a un lugar muy cercano donde hay una Plaza de Toros semi-derruida y un museo de arqueología.

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Recorro casi todo el pueblo con una chica que reconozco en el viaje, y luego descubro que no es esa persona sino otra. Esta indescriptible sensación de extrañamiento se repetirá varias veces más en mi vida hasta hoy.

Aunque se rompe el obturador de mi cámara réflex, termino el rollo igual. Se revelan unos atardeceres particularmente mágicos.

Punta del diablo. Valizas. Cabo Polonio. José Ignacio.

Mi idea de pasar también por Aguas Dulces y La Paloma se diluye en Valizas, donde quedo encandilada en un hostel auto-sustentable con una atmósfera conquistadora.

 

En mi habitación hay una chica que reconozco correctamente, parte de un rodaje cinematográfico en Amaicha, Tucumán.
El camino desolado a Cabo Polonio es como por un Sahara pero con zambullidas refrescantes y diversos compañeros marinos. Nos esperan unos reanimadores buñuelos de algas y un habitante peculiar que nos muestra el interior del faro donde también hay un criadero de peces y nos cuenta la triste historia de los lobos.

 

Durante este viaje termino de leer 'Fragmentos de un discurso amoroso' de Roland Barthes. Tal vez por haber sido bajo un cielo completamente celeste en una playa blanca, casi vacía, de unos cien metros de ancho, o tal vez porque sólo iba a ser así, lo declaro automáticamente uno de mis libros preferidos y uno de mis aprendizajes más profundos sobre el amor y el deseo.

El año nuevo empezará con un espíritu sustituido y una sensación de armonía perfecta.
 

La Pedrera. La Paloma. Solanas/Portezuelo.

La inmensidad de las playas, la tranquilidad y el respeto por la naturaleza siguen enamorándome más y más. 'No hay banda', de repente recuerdo, aunque nada remite a Lynch.

En uno de los micros, un adolescente lee un libro: 'Poemas selectos' de John Keats, en idioma original.
Olvido cambiar la hora en el reloj y siento que he vivido una hora menos que el resto de la humanidad.

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Atravieso un camino de unos doscientos metros, completamente oscuro, sonorizado por infinitos grillos y pájaros nocturnos como si fuera un portal cósmico hacia otra noche.

Grabo las palabras de un sapito que nunca pude ver, comunicándose desde su hogar acuático lleno de vegetación. 

En el largo y estrecho camino de tablitas hacia la playa, una niña le va enseñando los colores en francés a un chico de unos 25 años que aprende con mucha atención.

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Olvido la mitad de mi malla colgada en una baranda. El fluir perfecto en el que parece sostenerse todo aquí responde: el lugar hacia el que voy a encontrar a mis amigos para brindar por el año nuevo es una playa nudista.
 

Los fuegos artificiales tienen forma de corazón.
El agua está invadida por enormes aguas vivas. No puedo escapar a sus besos ardientes.

Punta del Este

Fin de noviembre, principios de diciembre es el momento ideal para recorrer esta ciudad con completa tranquilidad. Observar jardines perfectamente cuidados. Percatarse del diseño de las baldosas en las veredas y en el camino de la costanera con reminiscencias de Niemeyer.

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Todo es silencio. El clima ya es amigable. Las gaviotas se animan a compartir la playa.

Apreciar la costa, de río a un lado, y de mar al otro, es desconcertante y placentero a la vez.

Montevideo

Ya no hay mar. Pero la presencia del río es poderosa.
Helados primeros días del invierno. La ciudad. El desafío de desenamorarme.
Los colectivos tienen números y letras y se pagan aún con monedas y billetes al chofer.
Las calles están desiertas los fines de semana. Ciudad Vieja concentra el aire colonial, pero lo vintage en sus diferentes épocas se va descubriendo paso a paso  en toda la ciudad.
El Museo Romántico, el parque de diversiones, la fuente con monedas y candados, los puestos de diarios y revistas, el gran ombú como punto de referencia.

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Un paseo por la costanera. Los ojos asoman como única señal humana desde la apariencia de oso. El viento feroz envuelve y disfruta.

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El único lugar abierto a las siete de la tarde un domingo es la cafetería de un hotel. El mozo me confunde con una residente y me regala una merienda con doble café y dobles bombones.

Junto a un hogar a leña, brindo por mi cumpleaños con un escritor neoyorquino, un cultivador de flores y un diseñador industrial, escuchando peculiares versiones bossa de canciones de Michael Jackson.

El idilio intacto.
 

Por Nina Plez
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